agosto 04, 2005

Ingmar Bergman, siempre es Bergman


Se ha exhibido en Chile la película Sarabanda (2003) del director sueco Ingmar Bergman, que es la continuación de Escenas de la Vida Conyugal, realizada en 1973. Ver una cinta de este realizador es entrar en terrenos difíciles. Para entender su cine es necesario conocer las bases de su estética cinematográfica.

Su trabajo audiovisual, en excelencia, es equivalente a Mozart o Bethooven en música, a Dalí en pintura o Shakespeare en literatura. Bergman junto a excelsos como Luis Buñuel, Sergei Einsestein, Joseph von Sternberg, Jean Renoir, Federico Fellini, Orson Welles, John Ford, Vittorio de Sica, Francoise Truffaut, Pier Paolo Pasolini, Claude Chabrol, entre otros, son maestros que están fuera de categoría con sus creaciones fílmicas.

La película Saraband, no la comentaré, es sólo un pretexto para entregar algunas nociones y entender la estética de Bergman. Sus películas, cualquiera que sea, siempre son de nivel superior para arriba. Y con eso basta.

El cine de Bergman está marcado por sus recuerdos de infancia, como segundo hijo de un pastor protestante puritano, y expresa a través de él sus temores, ansiedades, aversiones y aspiraciones. Reflexivo y filosófico, analiza profundamente la angustia de un mundo que se interroga sobre Dios, la dicotomía del bien y el mal, el sentido de la vida, trabajando sutiles variaciones sobre la incomunicación de las personas.

Para él, el ser humano se halla constantemente en conflicto con sus preocupaciones existenciales en cualquiera de sus manifestaciones. Las imágenes y valores de su niñez lo marcarían por el resto de su vida. La proximidad con el quehacer de su padre, lo sumergieron en las cuestiones metafísicas como Dios, el demonio, la muerte, la vida, el dolor y el amor.

En su cine encontramos un análisis profundo del deseo, el sentimiento de culpa y la vulnerabilidad humana, alegorías sobre la vida y la muerte, donde refleja a la vez su concepción afectiva e intelectual de Dios, con toda su carga de lamentos y recriminaciones.

Sus films son de una técnica depurada, con temáticas profundas, al servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado que destaca por su crudeza y violencia, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo femenino y el descubrimiento de la muerte

Su gran preocupación, en la temática de su cine, es el lugar del hombre en el Universo y en la sociedad, entregando en una visión intelectual de su tiempo, convencido de que el ser humano ha llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo actual es sólo el reflejo del desencanto, donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido cruelmente por la sociedad.

Sus recursos estéticos y sus personajes

Las historias de sus películas, plasmadas en guiones estrictamente elaborados, abarcan desde la comedia ligera al drama psicológico o filosófico más profundo en una lúgubre alegoría de la relación de la humanidad con Dios y la muerte, explorando siempre el alma humana.

Entre los recursos narrativos y técnicos que emplea para su estética fílmica está la iconografía cristiana, por lo que sus trabajos aparecen rodeados de un halo misterioso, en el empleo de narraciones superpuestas, con prólogos independientes, simetrías compositivas, primerísimos primeros planos, elipisis y metáforas llenas de sentido, y el empleo evocador y dramático del sonido y la música, como elementos expresivos.

Esos recursos tan típicamente bergmanianos, como flashbacks, secuencias de sueños y visiones, reflejan tanto preocupaciones existenciales como el letargo del alma o la incapacidad de comunicar, sentir o recibir amor cargados de una atmósfera dramática, agobiante y aun desesperanzada,

Sus personajes son atravesados por los laberintos de la vida y que al internarse los reconducen hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia. Son recorridos íntimos, enigmáticos, en una experiencia personal e inquietante, sobrecargada por un denso dramatismo, ese que implica desnudar el alma humana.

Representaciones que terminan en algunos casos en la locura o en la muerte, en un estado de gracia, en un momento metafísico que les permite comprender más de su realidad, una revelación que los iluminará y modificará el curso de sus vidas. Dominar los fantasmas que perturban el alma de sus personajes y que arrastran un pesado lastre en sus mentes y en sus corazones, es el objetivo.

Sarabanda es otra intensa y durísima obra maestra, que habla de la vejez como ninguna otra película, porque está hecha por un Bergman que vive esa misma lúcida vejez. La emocionalidad de los estados de conflicto interno de sus personajes dan paso una historia angustiosa y lacerante, que pocos directores de cine han podido comunicar.

Definitivamente, para ver y disfrutar una película de Bergman hay que saber cine. Tal como para escuchar música, ver un cuadro o leer un libro clásico, hay que tener conocimiento y cultura. Sino déjese llevar y no trate de entender. No queda otra opción.